Why, why, why?

 Occasionally I just have to rant a bit.

On a quiet hillside, off the highway on a forgotten road leading nowhere, where a squirrel scolded me, objecting, it seemed, to my intrusion, where moss lies deep and salmonberry branches sprout new spring buds, where the breeze carries scents of pine and a hint of rain, I came across human sign; black plastic garbage bags, crushed water bottles, messy t-shirts and underwear, tin cans, torn grocery bags, whacked alder saplings. And an apparently intact camping stove, set up ready for use on a stump, and left behind.

Why?

Why, if you love nature enough to set up camp away from the usual amenities of provincial campsites, the firewood and picnic tables and potable water, and — oh, so welcome — the rustic outhouses, why, if your delight is in the freshness of the forest, why do you then fill it with your rubbish?

Plastic is forever.

That reminds me: why, you careful dog walkers, why do you so considerately collect your dogs' doings in plastic bags, tie a knot in them, and toss them into the bush? Where they will sit, unprocessed by Ma Nature's cleanup crew, for centuries. It's good that you take the dog's leavings off the trail, where people can step in it, but please, just scoop it away, without the plastic. Off the path, it will be taken care of like the bear and deer scat is. Worms and beetles will recycle it, the rain will wash it down into the soil to feed the trees; come back in a week, and there will be no sign of it.

But plastic is forever.

Old tin plate, moss, and Oregon grape leaves.

Someone left behind an enamelware camping plate. Maybe by mistake; this was all by itself in another section of forest. At least this will disintegrate; the metal will return to the soil. The enamel is non-toxic. This is forgivable, if careless.

But not plastic. Plastic kills.

Rant over. Until next time.

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A veces siento la necesidad de protestar.

Un camino subía la ladera de un cerro y me dejó en bosque abierto donde una ardilla me regañaba, protegiendo su territorio privado, donde el musgo cubre todo con un cojín verde y de las ramas secas de salmonberry brotan los nuevos botones de la primavera, donde el aire huele a pinos con un toque de lluvia prometida, me di con huellas humanas: bolsas negras de plástico con basura, botellas de agua aplastadas (de plástico, claro), ropa vieja; camisas y calzoncillos sucios, latas, bolsas de plástico de las que llenas de verdura en el mercado, arbolitos cortados como con machete. Y una estufa de acampar que parecía estar en buenas condiciones, dejada en su sitio sobre un tocón, lista para cocinar, y abandonada allí.

¿Porqué?

¿Porqué, si amas tanto la naturaleza como para acampar fuera de los sitios que provee la provincia, sitios con acceso a agua potable, leña para tu fuego, mesas de picnic, — muy apreciados — los retretes rústicos — si tanto amas la pureza de los bosques, porqué, entonces, los llenas de tus basuras?

El plástico dura para siempre.

Y ya que estoy en ese tema, tu que con tanta consideración de los demás, recoges lo que deja tu perro, lo metes en una bolsita de plástico, le cierras con un nudo, y luego lo avientas entre las hierbas, ¿porqué? Si allí permanecerá, sin que los recicladores naturales lo puedan tocar, por siglos. Sí, es una buena cosa que lo quites del camino donde la gente lo puede pisar, pero por favor tíralo sin el plástico. Ya fuera del sendero, la naturaleza se hará cargo, como lo hace con lo que dejan los osos y los venados; los escarabajos y las lombrices lo convertirán en alimento para los árboles, la lluvia lo lavará; regresa en una semana, y no encontrarás nada.

Pero el plástico es para siempre.

Foto: un plato de campamento esmaltado entre el musgo.

Alguién dejó su plato cuando abandonó su picnic. Tal vez por olvido; solamente había este solo plato en ese sitio. Por lo menos, esto va a desaparecer; el metal regresará al suelo; el esmalte no es tóxico. Un descuido perdonable.

Pero el plástico, no. El plástico mata.