Let's go back a few years. A lifetime, almost. When I was a child some 65 years ago, we lived on the far coast of Nootka Island on a narrow strip of flat land above the high tide line. Behind us, the mountain rose steeply, Douglas-Fir clad, unexplored. To the right, a couple more houses, the abandoned remains of a fish cannery, an old dock. That was it. That was the “town”.
On our left, beyond my bedroom, on stilts above the creek, the forest was a green wall. We kids crossed the creek on a fallen log. On the other bank, salal bushes made an impenetrable barrier, but another fallen log, this one hollow, tunnelled through. We crawled through on hands and knees, and emerged into a dark, open space, the roof far overhead supported by wide, brown, bark-covered pillars. I called it the cathedral.
My brothers ran ahead, shouting, crossing the small promontory to the shore beyond. There, an islet, a pile of bare rock topped with sun-baked moss and a few trees, was accessible at low tide. I don't know exactly what we did there; run around aimlessly, poke into tide pools, climb the rocks and trees, my brothers shouting all the while. Once we carried lunch and had a picnic.
But often, I let the boys go on and stopped in the cathedral. Here were ancient monsters, trees so tall and wide that they shut out the sunlight, leaving the area in permanent shade. Nothing grew here but the trees, the moss, and evergreen ferns.
I would find a mossy log and sit. Just listening. To the silence, the deep, heavy silence of growing things, occasionally punctuated by a laggard raindrop, filtered through the moss far overhead. Plop!
The forest smelled of wet wood, of sharp-scented moss, of musty ferns. Outside, there was always the smell of salt water, ancient fish-scented lumber; here none of that penetrated. All was green and brown; those colours together still bring back the scent of that sanctuary to me.
Mushroom, Cathedral Grove. Not "my" cathedral. |
Virgin forest: no saws had bitten into this bark, no chainsaws had broken the silence. Looking at Google maps today, I see that the area now is criss-crossed by logging roads, with large blank, clear-cut spaces. The little creek now enters a barren estuary. I can't find our house.
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Tomorrow: second-growth forest.
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Regresemos unos cuantos años. Una vida, casi. Cuando yo era niña, más o menos hace sesenta y cinco años, vivíamos en la costa de la isla Nutka, en un pedacito de tierra plana just arriba del alcance de las mareas. Atrás de la casa, la montaña se erigía alta, cubierta de abetos "Douglas-fir", sin explorar. A la derecha, dos casas, una enlatadora de pescado abandonada hacía mucho, un muelle. Eso era todo. Eso era nuestro "pueblo".
A la izquierda, donde mi recámara se alzaba sobre el riachuelo en pilotes, el bosque formaba una pared verde. Nosotros, los niños, cruzaba el agua a gatas en un tronco caído. Al otro extremo los arbustos de salal hacían una barrera impermetrable, pero otro tronco, este hueco, nos ofrecía un túnel suficientemente amplio para penetrar al bosque atrás, un espacio amplio, oscuro, con el techo, muy por encima, sostenido por pilares anchos, cafés, cubiertos de corteza vieja. Yo lo llamaba la catedral.
Mis hermanos seguían corriendo, gritando, hasta cruzar el espacio y salir a la luz y la costa al otro lado del promontorio. Allí había una islita, un montón de piedra cubierta en parte de musgos asoleados y unos pocos árboles. No me acuerdo que es lo que hacíamos allí; correr de aquí para allá, buscar entre los charcos que dejaba la marea, trepar a las rocas y a los árboles. Una vez, me acuerdo, llevamos sandwiches e hicimos picnic.
Pero muchas veces, dejaba a los muchachos que se fueran a la isla solos y yo me quedaba en mi catedral. Aquí se encontraban los monstruos antiguos, árboles tan altos, tan grandes que no dejaban penetrar ni un rayo de sol. Abajo, en la semi-oscuridad, solo crecían los árboles, musgos, y los helechos siempre-verdes.
Escogía un tronco cubierto de musgo, y me sentaba para escuchar. Escuchar al silencio, un silencio profundo, pesado, el silencio de cosas que se ocupan en crecer. De vez en cuando una gota de agua, filtrada por el musgo allá arriba, caía haciendo un ¡plop!
El bosque olía a madera mojada, a musgos (un olor un poco picante), a helechos maduros. Allá afuera, siempre se sentía el olor a mar, agua salada, y a madera impregnada de pescado viejo; aquí dentro, nada de eso penetraba. Todo era verde y café; aún hoy, esos colores juntos me traen el olor de ese mi santuario a la memoria.
Era bosque virgen. Esas cortezas nunca habían sentido los dientes de una sierra; nunca había roto el silencio una motosierra. Hoy día, buscando en Google, veo que el rumbo lleva caminos de madereros por dondequiera y que hay grandes espacios donde han cortado todos los árboles. Mi riachuelo se ha unido a un nuevo estuario sin plantas. No encuentro nuestras casas.
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Mañana: bosque secundario.
Good words for me to go to bed with, thanks.
ReplyDeleteBeautiful memory. I just wish your cathedral was still there waiting for you. At least it is in your heart.
ReplyDeleteWell said!
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